
De pronto me arrepentí de haber llegado a esos extremos, con mi
costumbre de analizar indefinidamente hechos y palabras. Recordé la
mirada de María fija en el árbol de la plaza, mientras oía mis opiniones;
recordé su timidez, su primera huida. Y una desbordante ternura hacia
ella comenzó a invadirme: Me pareció que era una frágil criatura en medio
de un mundo cruel, lleno de fealdad y miseria. Sentí lo que muchas veces
había sentido desde aquel momento del salón: que era un ser semejante
a mí.
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